Todas y todos sabemos que el camino de las relaciones y de la ‘búsqueda del amor verdadero’ (en breve analizaremos este término), es un camino de dar, ceder y cuidar, pero también de recibir, mantenerse y ser cuidados. Tenemos claro que uno no debe de llegar a perderse, ni a trasgredir ciertos límites personales para encontrar ni permanecer con a nadie. ¿Claro, no?

Puede que sobre el papel o en plena charla con una amiga/o que acaba de romper con su pareja lo tengamos muy claro. Ahora, llevarlo a la práctica parece un poco más complicado. Incluso las personas más independientes, ‘desapegadas’ y seguras de sí mismas se han visto trasgrediendo sus límites para complacer al otro, aguantando situaciones que no tolerarían fuera del contexto amoroso o experimentando sentimientos de posesión respecto al otro, como los celos (poseo) o la infravaloración (soy poseído).

Y es que el amor romántico es algo que empapa nuestra sociedad. Se aprende a través del proceso de socialización y se refuerza, en parte, gracias todas las películas y cuentos de hadas que viven los personajes de la gran pantalla. Es el responsable de multitud de conductas dependientes, ‘tóxicas’ e idealizadas en las relaciones. El amor romántico es a las relaciones lo que los E-…. (aditivos y potenciadores de sabor) son a la comida. No deja de ser un añadido que no representa la esencia de la relación en sí misma (todos sabemos que ese sabor a Pringles tan rico no es ‘de verdad’), sí no que es la forma aprendida de potenciar y conservar el sentimiento amoroso. Haciendo de este algo muy intenso, ideal, codiciado y… artificial.

Antes de continuar, nos detendremos a explicar brevemente el concepto de amor romántico. En este contexto al hablar de amor romántico, nos referimos de forma específica a los mitos del amor romántico. Siendo estos el conjunto de creencias socialmente compartidas sobre la supuesta verdadera naturaleza del amor (Yela, 2003).Es decir, el amor romántico es lo que tomamos como referencia para evaluar la calidad, y hasta veracidad, de nuestras relaciones sentimentales. Además, es considerado un mito porque suele incluir un elevado número de componentes ficticios, irracionales e imposibles de alcanzar que son tomados como verdades absolutas. Ahora es momento de ser sinceros, incluso conociendo la naturaleza imposible de este y habiendo llevado a cabo un proceso de toma de consciencia sobre estas conductas, hasta los más instruidos en el tema pueden verse seducidos por los ideales que promete este tipo de amor. Pues recuerden que nos vemos inmersos en él a través del proceso de socialización, proceso que tiene gran influencia en la formación de nuestra personalidad, forma de interactuar y conjunto de creencias. Tanto integramos este proceso en nuestra personalidad, que negamos o subestimamos con creces el peso del actor social en ella (Marín, 1986).

Después de toda esta intensa y breve (brevísima) introducción al amor romántico y del daño que genera en las relaciones voy a explicar por qué el mito de juntos para siempre puede encajar perfectamente en una relación saludable, equilibrada y real.

Desde el punto de vista social, este mito, como sus hermanos ‘media naranja’, ‘el amor todo lo puede’, ‘los celos son amor’ o ‘un único amor verdadero’ nace de la creencia de que estar con una persona y casarse con ella tiene que ser para toda la vida (de lo contrario algo habrá fallado), es algo que hemos aprendido e interiorizado de forma cultural. Nuestros padres y abuelos (o los de los demás) nos han trasmitido la idea de que cuando eliges a alguien tiene que ser para toda la vida y tienes que esforzarte mucho para hacer que funcione. Además, no olvidemos el mítico y omnipresente final de ‘y fueron felices y comieron perdices’ (otra de las grandes falacias Disney). Hoy en día la opción del divorcio es mucho mejor aceptada social y moralmente que en la época de tus padres y abuelos, sin embargo, la separación sigue siendo la opción para cuando algo falló: hemos fracasado en el juntos para siempre. No es simplemente un paso en otra dirección. O por lo menos no se vive así a nivel social. Las personas que deciden romper una relación que era para siempre, además de tener que enfrentarse al duelo psicológico que supone romper una relación, deben lidiar (algunos con más éxito que otros) con la presión social de que no han cumplido las expectativas, de que no han aguantado ni se han esforzado lo suficiente. En definitiva, tienen que lidiar con la presión social del fracaso.

Sin embargo, a nivel psicológico, el juntos para siempre puede ser entendido como un sentimiento muy funcional y positivo. Un sentimiento de amor y compromiso genuino con el momento presente y con el otro. Que no deja de estar asociado a proyecciones y creencias futuras, sí, pero al fin y al cabo nuestro cerebro necesita una mínima certeza de futuro (aunque sea imaginaria) para ser funcional en el presente. Ya que nivel cerebral, la incertidumbre es mucho peor que el miedo o el dolor (Burnett, 2016). El juntos para siempre del que hablo, además, es una decisión. Es la decisión que se toma cada día (a veces hasta varias veces al día) de querer estar hoy con esa persona. También es una declaración de intenciones, la intención de querer despertarse al día siguiente al lado del otro y de hacer lo posible porque así sea. Y aunque la intención no es lo único que cuenta, tiene un peso enorme a la hora de analizar la moral y honestidad de las conductas.

Como psicóloga, mujer y persona me gustaría tener la llave maestra a una relación saludable, firme y duradera. Sin embargo, no la tengo y creo que nunca la tendré. (Atención spoiler) Porque no existe. Y es que, entre las más de siete mil millones y medio de personas que existen en el mundo (y creciendo), las combinaciones sentimentales entre dos o más personas son infinitas. Ya que no sólo va a depender de las características de cada individuo si no de la situación de cada uno en el momento del encuentro. Por lo que dar una respuesta universalmente válida de lo que es el buen amor resulta imposible. Sin embargo, desde mi perspectiva profesional a veces sí que me corresponde el papel, y la responsabilidad enorme, de orientar a las personas en una dirección más funcional y menos nociva de entender sus relaciones. Y creo que el reconceptualizar un término tan presente como el juntos para siempre es un paso en la dirección correcta.

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Referencias

Burnett D. (2026). El cerebro idiota Editorial Planeta S.A, Barcelona.

Marín, A. L. (1986). El proceso de socialización: un enfoque sociológico. Revista española de pedagogía, 43(173), 357-370.

Yela, C. (2003): “La otra cara del amor: mitos, paradojas y problemas”. Encuentros de Psicología Social, 1, (2) 263-267.